La reiteración semanal de la escena televisa “policía garrotea jubilado” generó una reacción por fuera de los cálculos habituales de la política. Fueron las hinchadas de los clubes de fútbol (no barras bravas) las que tomaron la posta de la indignación y le dieron volumen y visibilidad a la marcha de los miércoles. Y quizás, a partir de ahora, permanencia en el tiempo como desafió callejero al esquema de poder libertario.
El rol de las identidades futboleras es un dato que merece atención. Frente a la ausencia de referencias políticas que sinteticen el malestar que genera el deshumanizante plan de gobierno de Javier Milei, el vacío fue ocupado por agrupaciones deportivas con gran capacidad de movilización y presencia capilar en todos los sectores de la sociedad argentina. La consecuencia inmediata de este emergente fue la reaparición de la CGT anunciando un paro nacional para las próximas semanas.
La represión desatada por Patricia Bullrich y la celebración de la violencia realizada por la ministra de Seguridad, el presidente, referentes libertarios y comunicadores del régimen, arrinconó al gobierno en torno su núcleo duro autoritario, y en paralelo, extendió la indignación que dio origen a la movilización del 12M. Las justificaciones y mentiras sobre el ataque al fotógrafo Pablo Grillo y la descolgada denuncia judicial por sedición consolidan la deriva autoritaria del gobierno nacional.
El contexto también influye. La represión en la plaza y el rechazo libertario a la protesta social se produce mientras se investiga la estafa presidencial con monedas digitales, se debate la designación de jueces de la Corte Suprema por decreto, los datos de inflación son desmentidos por las compras semanales y el acuerdo secreto con el FMI evidencia la fragilidad del programa económico de Milei-Caputto.
El presidente va quedando desnudo y cada día se nota más.
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